Tenia moltes ganes de penjar un relat per aquestes èpoques de l'any que diuen que són especials.
He recueprat un que vai' escriure, i enviar, fa uns anyets; però com que li va agradar a una persona molt especial, desitjo penjar-ho públicament. Ell és Michel Caamaño Manjón. El relat és:
ARRULLO DE NAVIDAD
Las primeras luces del alba parece que asoman en lontananza del horizonte que la estatua de la esposa del marinero vislumbra de las costas adyacentes al viejo y silencioso puerto. El mar está ensimismadoramente calmo; todavía no ha despertado y desea descansar tras un largo año de arduas batallas. Un frío susurro acaricia con acelerada parsimonia sus superficie creando reflejos en la oscuridad de las desaparecientes estrellas.
La nieve hace breves instantes ha dejado de caer sobre el silencio de la ciudad. Un gélido viento recorre entre los entresijos de las callejas de piedra, y cualquier recodo que no esté a refugio de los rescoldos del fuego cobijado entre las paredes. En las grisáceas tonalidades que va adquiriendo la azul oscuridad celeste se dibujan escapatorias de almas de blancas reminiscencias saliendo de las chimeneas escondidas entre la gélida capa de nieve.
Una antorcha parece descender una de las más viejas y solitarias calles. Avanza muy lentamente; los pies se hunden hasta las rodillas al atravesar la virginal nívea superficie del camino. Trata de caminar resguardado del aullante viento en las cercanías de las pétreas paredes. Es la única luz, quizá un lucero de la mañana caído, que acompaña la defunción de la eterna noche. Cada pocos pasos se detiene; quizá las puñaladas del traicionero viento sobre sus pulmones le impiden caminar; quizá sean una piernas cansadas; puede que sea debido a los carámbanos que descienden de sus ojos enrojecidos. Su respiración es entrecortada, dificultosa y parece detenerse a meditar.
Las escaleras que en la pequeña plaza mayor conducen hacia la entrada del templo parecen escondidas bajo el manto nevado. Rompiendo la estampa destaca una rota carreta abandonada en una de los bocacalles; una de las ruedas aparece como un brazo desafiante a ser engullido. Las teas que pudieran haber iluminado la escena cerraron sus ojos bajo las caricias de la nieve. Con el rostro cortado por el frío, la antorcha aparece en la plaza; parece no conducir un destino concreto. Se detiene y contempla el manto blanco que se extiende ante su vista como un horizonte infinito que casi hace desapercibir el resto de elementos existentes a su alrededor.
Los cansados ojos han creído ver un movimiento. La nieve de las escaleras parece mirarle desafiante. Sobre ella parece discernir unas pequeñas manchas de colores. Detiene su dolorida vista y cree ver una sombra repleta de colores oscilar ante la puerta del templo. Si detiene su mente por un instante cree que ya la oía cantar antes. Un líquido se derrama de su mano y tiñe la nieve de rojo. No puede ser posible; quien baila casi desnuda, vestida con ropas de colores alegres con apariencia de harapos majestuosos, es una niña… no debe exceder los ocho años.
Tararea, como si el viento la acompañase al piano, lo que parece ser un arrullo; una nana quizá para que la nieve duerma tranquila. Parece que las luces tenues de la mañana caen disimuladamente en la plaza; la antorcha ha caído al blanco suelo fundiéndose con la nieve en un beso de muerte. La niña permanece dado vueltas sobre su propio eje; y más vueltas y más vueltas. Quizá si la miras atentamente verás una sonrisa dibujada en su lácteo rostro de nariz enrojecida. Se detiene; justo al inicio de las escaleras; los ojos cerrados miran al viento, la mañana acaricia su rostro que esboza una tenue sonrisa de felicidad al imaginar un sueño logrado. Los brazos extendidos en cruz; su cuerpo bajo una blusa medio abierta como manchada de colores. La larga falda, todavía agitada, refulge en colores que parecen oscilar.
Él se acerca quedamente. Llega hasta el final de las escaleras. Ella no se ha percatado de su presencia; parece jugar con unas pequeñas piezas de colores entre la nieve. Él oye su voz y cierra los ojos; entiende que está explicando un cuento quién sabe a quién. La observa detenidamente mientras ella sigue sin saber, aparentemente, que él está ahí. La nieve ha anidado entre los tirabuzones de su pelo confiriéndole la semejanza de las plumas de un ave jugando en el viento. Mantiene su varicilla enrojecida como los extremos de los dedos que sobresalen de los cortados guantes de lana. “quizá algún día encuentre mi casa y pueda ofrecértela”; dice una de las supuestas figurillas. Él trata de lograr observarle los ojos a la niña. “aceptemos un establo; que por frío que corra el viento nuestro amor puede vencer cualquier batalla que nos quieran presentar”. Ella cava una gruta en la nieve para introducir las figuras. “si pueden dormir los animales, nosotros también; que hijos de la misma naturaleza somos”. Ella empieza a danzar las manos como si conjurase al tiempo y el espacio; cierra los ojos y parece que el viento gira según la cadencia que marcan sus dedos. “Regocijémonos por cada nacimiento.” chilla con una voz dulce y que parece expandirse más allá de las paredes. Salta y vuelve a bailar dando vueltas y sonriendo al tiempo que el viento se enmaraña en su cabello. Él observa como ella contempla el cielo , y al alzar la vista se percata que una infinidad de estrellas fugaces, procedentes de todas las direcciones, surcan el cielo llegando a convergir sobre el eje de la danza de ella. Las estrellas fugaces se fusionan en un destello silencioso de luz blanca que deja caer una lluvia de gotas doradas.
Apoyados en la almena de un edificio frente al templo, una pareja contempla el atardecer. Las tonalidades del abrazo entre el cielo y el mar se ven acariciados por el blanco de la nieve que lleva todo el día cayendo. Él acaricia los desnudos brazos de ella, como ella hizo al llegar la albada; retira uno de los oscuros bucles de cabello del cuello de ella y deposita un beso tierno. Frente a ellos, un hombre, solo, sigue de rodillas, como ha transcurrido todo el día, sobre las escaleras del templo abandonado…
La nieve hace breves instantes ha dejado de caer sobre el silencio de la ciudad. Un gélido viento recorre entre los entresijos de las callejas de piedra, y cualquier recodo que no esté a refugio de los rescoldos del fuego cobijado entre las paredes. En las grisáceas tonalidades que va adquiriendo la azul oscuridad celeste se dibujan escapatorias de almas de blancas reminiscencias saliendo de las chimeneas escondidas entre la gélida capa de nieve.
Una antorcha parece descender una de las más viejas y solitarias calles. Avanza muy lentamente; los pies se hunden hasta las rodillas al atravesar la virginal nívea superficie del camino. Trata de caminar resguardado del aullante viento en las cercanías de las pétreas paredes. Es la única luz, quizá un lucero de la mañana caído, que acompaña la defunción de la eterna noche. Cada pocos pasos se detiene; quizá las puñaladas del traicionero viento sobre sus pulmones le impiden caminar; quizá sean una piernas cansadas; puede que sea debido a los carámbanos que descienden de sus ojos enrojecidos. Su respiración es entrecortada, dificultosa y parece detenerse a meditar.
Las escaleras que en la pequeña plaza mayor conducen hacia la entrada del templo parecen escondidas bajo el manto nevado. Rompiendo la estampa destaca una rota carreta abandonada en una de los bocacalles; una de las ruedas aparece como un brazo desafiante a ser engullido. Las teas que pudieran haber iluminado la escena cerraron sus ojos bajo las caricias de la nieve. Con el rostro cortado por el frío, la antorcha aparece en la plaza; parece no conducir un destino concreto. Se detiene y contempla el manto blanco que se extiende ante su vista como un horizonte infinito que casi hace desapercibir el resto de elementos existentes a su alrededor.
Los cansados ojos han creído ver un movimiento. La nieve de las escaleras parece mirarle desafiante. Sobre ella parece discernir unas pequeñas manchas de colores. Detiene su dolorida vista y cree ver una sombra repleta de colores oscilar ante la puerta del templo. Si detiene su mente por un instante cree que ya la oía cantar antes. Un líquido se derrama de su mano y tiñe la nieve de rojo. No puede ser posible; quien baila casi desnuda, vestida con ropas de colores alegres con apariencia de harapos majestuosos, es una niña… no debe exceder los ocho años.
Tararea, como si el viento la acompañase al piano, lo que parece ser un arrullo; una nana quizá para que la nieve duerma tranquila. Parece que las luces tenues de la mañana caen disimuladamente en la plaza; la antorcha ha caído al blanco suelo fundiéndose con la nieve en un beso de muerte. La niña permanece dado vueltas sobre su propio eje; y más vueltas y más vueltas. Quizá si la miras atentamente verás una sonrisa dibujada en su lácteo rostro de nariz enrojecida. Se detiene; justo al inicio de las escaleras; los ojos cerrados miran al viento, la mañana acaricia su rostro que esboza una tenue sonrisa de felicidad al imaginar un sueño logrado. Los brazos extendidos en cruz; su cuerpo bajo una blusa medio abierta como manchada de colores. La larga falda, todavía agitada, refulge en colores que parecen oscilar.
Él se acerca quedamente. Llega hasta el final de las escaleras. Ella no se ha percatado de su presencia; parece jugar con unas pequeñas piezas de colores entre la nieve. Él oye su voz y cierra los ojos; entiende que está explicando un cuento quién sabe a quién. La observa detenidamente mientras ella sigue sin saber, aparentemente, que él está ahí. La nieve ha anidado entre los tirabuzones de su pelo confiriéndole la semejanza de las plumas de un ave jugando en el viento. Mantiene su varicilla enrojecida como los extremos de los dedos que sobresalen de los cortados guantes de lana. “quizá algún día encuentre mi casa y pueda ofrecértela”; dice una de las supuestas figurillas. Él trata de lograr observarle los ojos a la niña. “aceptemos un establo; que por frío que corra el viento nuestro amor puede vencer cualquier batalla que nos quieran presentar”. Ella cava una gruta en la nieve para introducir las figuras. “si pueden dormir los animales, nosotros también; que hijos de la misma naturaleza somos”. Ella empieza a danzar las manos como si conjurase al tiempo y el espacio; cierra los ojos y parece que el viento gira según la cadencia que marcan sus dedos. “Regocijémonos por cada nacimiento.” chilla con una voz dulce y que parece expandirse más allá de las paredes. Salta y vuelve a bailar dando vueltas y sonriendo al tiempo que el viento se enmaraña en su cabello. Él observa como ella contempla el cielo , y al alzar la vista se percata que una infinidad de estrellas fugaces, procedentes de todas las direcciones, surcan el cielo llegando a convergir sobre el eje de la danza de ella. Las estrellas fugaces se fusionan en un destello silencioso de luz blanca que deja caer una lluvia de gotas doradas.
Apoyados en la almena de un edificio frente al templo, una pareja contempla el atardecer. Las tonalidades del abrazo entre el cielo y el mar se ven acariciados por el blanco de la nieve que lleva todo el día cayendo. Él acaricia los desnudos brazos de ella, como ella hizo al llegar la albada; retira uno de los oscuros bucles de cabello del cuello de ella y deposita un beso tierno. Frente a ellos, un hombre, solo, sigue de rodillas, como ha transcurrido todo el día, sobre las escaleras del templo abandonado…
N.B.S.
StEsteve 2004
StEsteve 2004
les imatges són, respectivament:
- Hivern; Pere Viver Aymerich; Col·lecció Banc Sabadell.
- Hivern a Kragerö; Edvard Munch; Museu Munch. Oslo. Noruega.
- Winter, Close of Day; George Inness; Museu d'Art de Cleveland. Ohio. USA.
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