dijous, de març 08, 2007

LABERINT


Los lechosos brazos desnudos de Ariadna descansan sobre la pétrea balconada. Ella es puro contraste en la negrura de la noche. Sus ojos, dos oscuras esperanzas, contemplan la soledad del laberinto a sus pies. Incluso Febe se ha escondido entre los zarzales celestes para espiar lo que acontece entre las intrincadas sendas del dédalo. Los labios, del color del vino a la luz de las antorchas de celebración, tejen y destejen una odisea de amor, una huida entre alas de algodón. En el artificio se esconde la locura de Escila; corneando a toda persona que se sumerja en el corazón, laberinto supremo donde no servirán ovillos para encontrar el camino, pues no hay camino. No hay luz más oscura que la sombra del amor. ¿Tendremos héroe si Ariadna supiese que la abandonará? Supremo sábat sagrado el de engendrar amor en nuestra alma; y perdernos en el laberinto de la vida... Las aguas de las orillas cercanas de la mar, se han detenido para saber cuál es el conocido desenlace. En un espejo Anankaia se recrimina la imperiosa necesidad del amor; la existencia del hechizo que haría perder los sentidos hasta a Dionisio. El pecho de Ariadna se levanta al penetrar en ella el frío aire de la noche. Hay caminos que parecen que no acabarán nunca; llamas que ni los océanos apagarían, amaneceres en los que eternizarías esos besos... pero Prometeo no nos salvó de que las Moiras sean las tejedoras más eficientes. ¿Qué beso, caricia o mirada hará a Ariadna caer al laberinto? ¿Encontrará un hilo con el que poder salvarse?
Laberint d'Horta:

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